17 de junio de 2010

Mandemos a Revilla a Suráfrica


Recuerdo que un día, de pequeño, estaba en el Sardinero y dos niños un par de filas más atrás llegaron con algo parecido a una trompeta (hoy, muchos años después de aquello, aprendo que eso se llama vuvuzela). Los nenes soplaron y de esas cosas salió el sonido más estúpido que los siglos han conocido. Todos nos revolvimos inquietos. Los enanos volvieron a soplar. En ese momento, un señor con voz de tenor, ademán elegante y actitud distinguida solo propia de alguien nacido en la Montaña, se giró, buscó al padre de los trompetistas y le animó a que solicitara de sus hijos que dejaran de tocar “los cacharros esos antes de que me vea en la obligación de metérselos a usted por el…”. Y ahí terminó el futuro de la vuvuzela en Santander. La conclusión de este comentario es: ¿por qué no hubo un santanderino en Suráfrica cuando se le necesitó? No, no podemos mandar a Revilla. Ya es tarde.