1 de julio de 2010

Cuento somalí ( o no)

Yussef se miró en un trozo de espejo roto del retrovisor de un todoterreno abandonado. Por algún motivo que desconocía, pero que siempre le había gustado, Yussef era barbilampiño. A los 15 años, cuando los hijos de sus vecinos se tiraban de sus ridículas barbas, Yussef se pasaba la mano por la quijada y le gustaba sentir que era más parecido a aquellos actores europeos que veía en las películas que traía el camión de Omán cada dos meses. A pesar de esa diferencia, Yussef era un tipo respetado. Incluso querido. Incluso temido. Él fue quien le quitó la pistola al piloto del Black Hawk que cayó en 1993 cuando los demonios yanquis trataron de entrar para matar a los niños. Él fue quien mató al Delta americano que se arrastraba. Él fue quien degolló a Hamil cuando comprobó que no había disparado su AK en la batalla de Mogadiscio. Yussef recordaba todo aquello cuando a 20 metros, Haktun , el salvaje, le llamó a gritos. Yussef dejó el espejo, levantó la cabeza y vio a Haktun que le indicaba con cuatro dedos que le quedaban cuatro días para dejarse crecer la barba que no tenía o moriría en nombre de Alá.