2 de abril de 2010

Cuento de Pasión


Eleazar notó que se le secaba la garganta cuando oyó el grito de su mujer. Frente a él había una patrulla romana. El soldado habló en griego: “¡Eleazar el carpintero! Necesitamos otra cruz”. Eleazar protestó: “¿Otra? Hoy, no. Un madero quizá, pero una cruz…”. El romano le tocó con la mano extendida. “Esta es importante. Una hora o tú serás la cruz”. Eleazar llamó a sus ayudantes. “Que sea basta, les dará igual”. Y resopló: “Los peores palos que tengo. ¡Romanos! Para alguien importante… Si tuviera más tiempo…”. Los legionarios volvieron cuando todavía sonaba el martillo. Cargaron la cruz en el carro. Eleazar vio entonces el nudo terrible en la madera a la altura de la cabeza del condenado. “Le destrozará”, pensó Eleazar, y gritó: “¡Alto!”. Los romanos le miraron asombrados mientras trepaba al carro y con movimientos rápidos de su escoplo de fijas y diez martillazos eliminaba el nudo. Nadie podía haber hecho algo así. “Nadie que no haya sido aprendiz de José de Nazaret”, se dijo a sí mismo Eleazar. Y satisfecho, volvió al taller.