28 de abril de 2010

Cuento del irreflexivo

Povedillas entró en el bazar chino y se acercó a la cajera. “Hola, ¿tienen uranio enriquecido en cápsulas detonantes?”. La china ni le miró: “Sí. Fondo izquielda”. Povedillas se adentró por los pasillos y oyó una voz saliendo de un anaquel. “Cómprame”. Povedillas vio una lámpara de aceite, estilo mercado persa, que se movía como un dibujo de Disney. Povedillas la tomó y se fue a la caja. “Uno cualenta”, dijo la china. Ya en casa, Povedillas esquivó a sus hijos y se encerró en el baño; frotó la lámpara y un genio se apareció. “Te concederé un deseo, amo”. ¡Ah! No eran tres. Ya no podría ser el mejor jugador de golf de todos los tiempos. “Dime, amo, ¿qué deseas?”. Povedillas habló: “Siempre he querido volver atrás en el tiempo para arreglar cosas que hice mal y de las que no sólo me arrepiento, sino que me atormentan”. El genio le miró y una nube envolvió a Povedillas. Cuando abrió los ojos, tenía otra vez 20 años. El resto de su corta vida, Povedillas lo dedicó a buscar otra lámpara en los chinos y a llorar todas las noches hasta el alba acordándose de aquellos hijos que no volvió a tener