7 de abril de 2010

El rayo que traspasa el cerebro


Fue una mañana de marzo de 1847 cuando Agustín Salices entró en la joyería de los hermanos Bretón en el Paseo de Gracia. Llevaba en la mano un cordón blanco con la medida del exquisito dedo anular de Lucía Vilaseca. Con el corazón al galope, el joven Salices pidió un anillo de boda, de oro bueno, con sus iniciales grabadas y la fecha del 17 de abril de 1847. Al salir de la joyería, con el anillo guardado en el bolsillo del chaleco, Salices se quedó inmóvil, como si un rayo le hubiera traspasado el cerebro. Durante una fracción de segundo, Salices vio cómo cuatro mujeres a las que no conocía: su hija, su nieta, su bisnieta y su tataranieta, llevaban el anillo de Lucía Vilaseca y le iban grabando sus propias fechas de boda… Y también vio cómo la hija de su tataranieta, de nombre Lucía, entraba en una casa con un cartel que ponía “Compro Oro”, al lado de otro que rezaba, malamente: “Esto lo arreglamos entre todos”. Fue entonces cuando el rayo salió del cerebro de Salices, que jamás contó a nadie lo que había creído ver