7 de marzo de 2010

7-M


Hacia 1920, y en la Albufera, de pocas cosas se hablaba. De amores, pescados, muertos, niños y malos padres. Las cuatro sabían lo que pasaba, pero ninguna lo dijo hasta que Amparo no pudo más y comenzó la cadena de escuchos y secretos. Se lo dijo a Esther, y Esther a Dolores y ésta a la niña Eulalia y esta a Amparo que se lo confirmó a Dolores. Un día, al volver del mercado, las cuatro coincidieron en el cruce del cañaveral, y sólo con mirarse supieron lo que tenían que hacer. Aguardaron una hora hasta que vieron llegar a Vicenta, la rodearon, le señalaron la barriga y le dijeron: “Che, Vicenta, sólo te queríamos decir que ese niño tiene que nacer”. Vicenta se puso grana y negó. Una de ellas le puso la mano en el hombro. “Ni una vez más, Vicenta. Este tiene que nacer, ¿me oyes?”. Vicenta se deshizo de la mano y se tambaleó hasta caerse de costado, y desde el suelo, con vergüenza y rabia, gritó: “¡Pero si es de tu marido!”. Ellas se encogieron de hombros y respondieron: “Que nazca, ¿eh?”.