15 de marzo de 2010

Esto no tiene nada que ver con Delibes

Con un cáncer terminal enroscado al alma, el insigne prohombre fue a la Redacción y le pidió al director que le presentara al encargado de escribir su obituario. El director le presentó a su mejor escritor de necrológicas. “Mire, joven –dijo el prohombre—, una vida puede quedar arruinada por un mal obituario y un mal funeral. He conseguido que el cardenal Windermere, el poeta, celebre mis exequias y ahora quería asegurarme de que usted fuera consciente de su responsabilidad. Nada más quería decirle. Buenos días”. El prohombre salió del periódico, esperó el semáforo y cruzó la gran avenida. Al otro lado oyó a un vendedor de prensa vocear: “¡Muere el cardenal Windermere!”. Entonces sintió cómo su corazón se detenía y se derrumbó de lado. Lo último que vio fue al escritor de necrológicas cruzar la calle corriendo, sin mirar, con su sombrero en la mano y cómo se lo llevaba por delante un tranvía. Y el prohombre, que estaba preparado para decir algo glorioso como despedida, dijo algo impropio: “¡Mierda!”.