2 de marzo de 2010

La verdad sobre Crepúsculo


Edward, el vampiro adolescente, miró a la mortal Bella y susurró: “No debemos estar juntos, sería un error”. Ella miró a sus ojos verde-pardo amelados y le dijo: “No quiero separarme de ti”. Edward la tomó de la mano y le señaló el sofá: “Tú descansa. Tengo que desangrar a un perro para beberme su sangre”. Bella hizo un mohín de asco. Edward volvió a hablar: “Oye, ¿qué prefieres: playa o montaña? ¡No, ja, ja, ja…! ¡Que era broma! Tendrá que ser montaña, y umbría por cierto; ya sabes que el sol no me prueba. No, a tu madre no la vuelves a ver, claro. ¿Hijos? Los vampiros no tenemos… ¡Oye! Lo mismo quieres comer algo. Lástima que yo no sepa preparar nada, que si no… Caray, ¿por dónde andará ese maldito perro? ¡Aquí estás, perillán! ¡Ven, no chilles! No me esperes despierta, Bella; sabes que nunca duermo. ¡Ah, si no te importase pasar un poquitín la mopa…! Es que servicio doméstico no tenemos porque nos daba por comernos a las fámulas … ¡Oye! ¿A dónde vas? ¿Y por qué me haces ese gesto tan feo? ¿Qué quiere decir que rompes conmigo?”.