14 de marzo de 2010

Cuatrocientos aficionados clandestinos

Josep llegó a la una de la mañana al polígono industrial en Tarrasa y vagabundeó por las calles desiertas hasta encontrar la nave 15 y la rodeó hasta hallar una puerta con un ventanuco. Llamó con los nudillos: “U-na co-pi-ta de o-jén”. Era un melodramático. El ventanuco se abrió con furia y unos ojos le escrutaron. “¿Quién te envía?” –dijo una voz gutural. “Me-me-me envía Ken” –tartamudeó Josep. Se oyeron dos cerrojos. El matón le gruñó mientras sujetaba una cortina que daba paso a otra puerta. Jacinto la abrió y entró en la nave. Olía a sudor y a puro habano, a serrín y a pis. En la grada rugían 400 personas. Oyó un clarín y unos timbales y vio salir al matador. En el centro de la arena, un toro zaino, enmorrillado y hondo sangraba por las banderillas y resoplaba sin perderle la cara al diestro. A los cinco minutos, Josep gritaba "¡Olé!” junto a 400 aficionados clandestinos. Dos orejas. Al cuarto toro entraron los Mossos d’Esquadra, pistola en mano, gritando: “¡Quietos! ¡Esto es una redada!”.